Salió Israel con todo lo que tenía, y vino a Beerseba, y ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac. (Génesis 46:1)
El lector del Génesis espera seguramente este precioso momento del capítulo 46: el reencuentro de Jacob y José. Observarás en el texto que Jacob sigue ofreciendo sacrificios a Dios, incluso en la vejez. La comunión con Dios no tiene edad. Fíjate también en que, cuando Dios le habla en el versículo 2, le llama Jacob y no Israel. Parece que el Señor quiere subrayar que acepta al patriarca con toda su fragilidad. ¡Eso es amor incondicional! La caravana de Jacob constaba de sesenta y seis personas que, por revelación divina, fueron conducidas a Egipto. Junto con la familia de José, formaban setenta vidas. Este es el embrión de la futura nación israelita.
El estrecho abrazo de Jacob y José es quizá el momento más hermoso del Génesis (vv. 29). Jacob ya había llorado cuando conoció a Raquel (Gen.29) y cuando se reconcilió con su hermano (Gen.33). Un hombre de Dios es siempre un hombre bañado en lágrimas. Guiados por José, sus hermanos se preparan para presentarse ante el Faraón. Como eran hombres del campo, necesitarían obtener la bendición del rey para habitar en la tierra de Gosén, pues a los egipcios no les gustaban los pastores de ovejas. Termina la lectura prestando atención al hecho de que, ahora, es José quien dirige. Su sueño se ha cumplido, su familia está bajo su tutela. ¡Los planes de Dios nunca se frustran!
Génesis 46 me enseña a ser fiel a Dios toda mi vida, porque sus planes para mí se cumplirán plenamente, y serán siempre los mejores para cumplir yo, la santa voluntad que Él desea que yo efectúe para gloria de Su Reino.
Señor, guíame en cada paso que dé para serte fiel en todas mis acciones, sabiendo que Tus promesas son infalibles y se cumplirán plenamente. En El Nombre de Jesús, Amén.