Devocional:
Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas. (Mateo 7:12)
No te apresures a sacar conclusiones, no juzgues situaciones aparentes, de las que no posees la total información. El único que escudriña el corazón de cada uno de sus hijos y conoce todas sus intenciones es el Señor, nuestro Dios. Él tiene un propósito claro y definido para cada persona. Él conoce las motivaciones, los porqués de la vida de todo aquel que le sigue.
Diariamente nos encontramos con situaciones que conciernen a la vida de nuestros hermanos y podemos, siendo tales situaciones, de necesidad, de dificultad, hasta de comportamientos contrarios a la Palabra de Dios, preguntarnos: “¿Por qué esta persona está pasando por esto?”, “¿Qué ha hecho mal para merecer eso?”. Son preguntas válidas que podemos hacernos siempre que no caigamos en el prejuicio de avergonzarnos por ellos, de equivocádamente sentir que su situación podría ser un castigo o merecida, o de creer que en Su posición nosotros hubiesemos actuado de mejor manera.
Jesucristo sabiendo de nuestra naturaleza y nuestro apego a nosotros mismos y a nuestra prudencia que muchas veces, cayendo en la tentación del ego, la juzgamos mayor a lo que realmente es, nos refrenó ese mal pensar, invitándonos y hasta exigiéndonos a amar más y juzgar menos, porque del mismo modo que juzgamos a los demás, seremos juzgados. Siempre es bueno recordar que el camino de Dios es perfecto. A pesar de las espinas, el dolor de las pruebas y las adversidades tormentosas en la vida de uno, Él es quien conoce las razones para permitir pruebas tan duras. Si es el pecado, si es la disciplina de Dios, si es Él transformando el carácter, es el Plan de Nuestro Señor para esa vida, y a Él quién corresponde, desvelar el misterio, del porqué de ese plan, de las causas detras del mismo y de las consecuencias para el hermano en esa situación, de la misma forma que nos ocurriría a nosotros ante un reto que busque prepararnos en nuestra fe y en nuestro amor al Señor.
La Palabra de Dios es muy clara: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. Se nos ordena amarnos los unos a los otros: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Es por falta de amor por lo que centramos nuestros ojos en la vida de las personas para juzgarlas, para condenarlas, cuando en realidad deberíamos amarlas, ejercer la misericordia (Lucas 6:36) y ocuparnos de nosotros mismos, cada día, mejorar para dar la mayor de las glorias a aquel que toda gloria merece, Nuestro Padre Celestial.
¡Que Dios nos llene de su amor y nos enseñe a amar!
Oración:
Señor, enséñame cada día más, a amar y a no juzgar, a comprender y a no pronunciar palabras de prejuicio, y a ser como Tú, misericordioso, manso y humilde de corazón para conmigo mismo y para con mis hermanos. En El Nombre de Jesús, Amén.