Para dar sagacidad a los simples, Y a los jóvenes inteligencia y cordura. (Proverbios 1:4)
El libro de los Proverbios no es sólo un manual de sabiduría humana, sino sobre todo una fuente inagotable de sabiduría divina. Es un libro inspirado por Dios y, por tanto, inerrante e infalible. Contiene principios eternos que ofrecen prudencia a los sencillos y conocimiento y sabiduría a los jóvenes.
La prudencia es la percepción lúcida de quien comprende lo esencial de aquello que le rodea, de aquello que vive y experimenta y no se deja confundir, sólo con aquello que es perceptible a los sentidos. Ser prudente es evitar el resbaladizo camino del error y poner los pies en la senda de la virtud, incluso cuando uno se ve instigado por la presión de la mayoría, que puede invitarnos a contravenir lo que es moralmente correcto a los ojos de Dios. Incluso las personas más sencillas, cuando se rigen por la palabra del Señor, actúan con prudencia.
Los jóvenes, por el contrario, son naturalmente enérgicos, apresurados, precipitados y a veces carecen de la paciencia suficientes para afrontar las luchas de la vida. Sin embargo, un joven que allana su camino mediante la instrucción de la palabra de Dios no sólo tiene conocimientos, sino también sabiduría para vivir victoriosamente. Juventud no es sinónimo de inmadurez. Hay jóvenes sabios y maduros y viejos insensatos y necios.
El salmista llegó a confesar que, aunque era joven, era más sabio que los ancianos: Más que los viejos he entendido, Porque he guardado tus mandamientos (Salmos 119:100). La obediencia a la Palabra de Dios es el camino más seguro hacia la bienaventuranza.