Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados. (Efesios 2:1)
Los que han sido lavados de sus pecados se han convertido en “la nueva creación de Dios en Cristo Jesús” (Ef. 2:11), y como tales deben abandonar las viejas prácticas del pecado y revestirse del hombre nuevo, creado en Cristo para las buenas obras. La misericordia de Dios, si bien es infinita y excede nuestra imperfección, nunca debe verse como un pase libre para una vida libertina, pues dicho está que de ella podemos abusar, aún sin darnos cuenta y no agradar a Dios de la forma en que Él lo espera y merece.
Los que viven persiguiendo desenfrenadamente los placeres del mundo, sensoriales, las pulsiones, y los sentimientos exacerbados, sensuales y la impureza aún no han conocido al Salvador.
Observe que Pablo asocia el libertinaje de los que no conocen la gracia de Dios con una mente sumida en las tinieblas, porque viven alejados de la vida de Dios y tienen el corazón endurecido. La mente del hombre impío es esclava de los deseos pecaminosos (Juan 8.34) y su obstinación en el pecado y la idolatría es un reflejo de su muerte espiritual (Rom. 6.23a).
El hombre impío no sólo necesita un nuevo reglamento, necesita ser sacado de la muerte espiritual y liberado de la esclavitud por un Dios Salvador. Ese es el núcleo del evangelio. Dios no nos da una nueva moral, nos da un corazón nuevo con el que obedecer sus mandamientos, y en amor, serguirle, servirle y amarle con total fidelidad.
Señor, hazme fiel a Tu Palabra y a Tu ley, que te siga cada día con todo mi amor, mi fidelidad y mi fe. Te lo pido En El Nombre de Jesús, Amén.