Escucha:
“Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote” (Marcos 5:33-34)
Piensa:
Seguramente alguna vez escuchaste el pensamiento : “La práctica hace al maestro”. Es decir, si trabajamos más y más duro, no cometeremos errores.
Desde pequeños muchas figuras de autoridad nos invitaron a pensar de esta manera: estudia dos horas más para que obtengas la mayor calificación, práctica el discurso de tu exposición para que sea perfecto, corre una vez más a la semana para que tengas mayor resistencia en el juego de futbol. Lo escuchamos una y otra vez, siempre con la buena voluntad de quienes nos lo decían, ellos hablando, probablemente sin saber, que de esta forma creaban un poco más de ansiedad, y abrían las puertas a la decepción, si luego del trabajo duro no alcanzábamos los objetivos.
Dios nos ofrece otra manera de enfrentar esta realidad. Nos conoce y sabe de nuestras imperfecciones y las acepta, regalándonos su amor y cuidado de forma incondicional.
Cuando nuestra fe en Dios se fortalece y consolida, Él nos convierte en seres plenos, perfectibles, regocijados en su presencia y compañía. Está plenitud, no es una que requiera perfección, sino la plenitud de un Padre misericordioso que nos permite afrontar, para mejorar lo que somos, un nuevo día. Una plenitud que nos da la paz suficiente para enfrentar un nuevo reto, sin la ansiedad ni la presión obsesiva, que no da lugar a ningún tipo de falla.
Con Dios no necesitas ser perfecto. Todo lo que Él pide es que le brindes tu mejor esfuerzo. Ten Fe.
Ora:
Señor, sé que no soy perfecto y que en mi camino podré cometer muchos errores. Ayúdame a celebrar mis éxitos y también a aceptar con serenidad, la decepción de cuando falle. Consolida mi fe en Ti, para ganar confianza en mí. Lléname de Tu paz Señor. Amén.