Escucha:
“Vinieron también sus hermanos y se postraron delante de él, y dijeron: Henos aquí por siervos tuyos. Y les respondió José: No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón” (Génesis 50:18-21)
Piensa:
Mi abuelo me enseñó entre muchas frases una que cambió mi vida: “Honras a Dios con lo que guardas en tu corazón.” Cuando me invadía la rabia, la ira o el rencor, recordaba sus palabras y reconocía que esos sentimientos solo serían una barrera para alcanzar el propósito del Señor en mi vida. ¿Cómo podría honrar a Dios con ira, rabia o resentimiento?
Las escrituras de hoy nos muestran una gran lección en ese sentido. José era odiado por sus hermanos por considerar que este era el favorito de sus padres. Producto de ese odio José es vendido por ellos como esclavo (Génesis 37:50) y empieza para él un largo periodo de sufrimiento, soledad y angustia.
Años más tarde, José fortalecido de fe en el Señor, supera ese duro transitar al que fue sometido y es nombrado gobernador de Egipto. La hambruna que invade la región lo pone nuevamente frente a sus hermanos y ante esa situación su respuesta es la que en ese momento honraría grandemente el cuidado que El Señor había tenido con él, tratar bondadosamente a sus hermanos diciendo: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos”.
José se llenó de perdón y amor, y en vez de la ira y resentimiento optó por la reconciliación, ayuda y consuelo para sus hermanos. Como diría mi abuelo, honró al Señor con los sentimientos de su corazón.
Cuando caminamos en junto a Dios y como José, lo honramos con los sentimientos de nuestro corazón, Él es capaz de transformar todo ese dolor, ese daño que nos hicieron, en una obra de bien para nuestras vidas.
Para crecer en carácter y llenar nuestro espíritu de esos buenos sentimientos, que rinden gloria al Señor, tengamos siempre fortalecida nuestra fe, en su gracia y justicia, recordando que el hombre es el que levanta las paredes de los malos sentimientos y que solo el Amor de Dios las derrumba y transforma, siempre para nuestro bien.
Ora:
Señor, Concédeme la determinación para sanar en Ti, los sentimientos de ira y rencor que me alejan de Tu presencia. Dame la fortaleza para perdonar y reconciliarme con aquellos que me han dañado, sabiendo que Tu cuidado transformará el dolor, en obra de bien para mi vida. Amén