Escucha:
“Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:8)
Piensa:
Alguien dijo que la Biblia es la carta de amor de Dios a nosotros. No obstante, tal vez hay días, como me sucede a mí, en los que no tienes ganas de abrirla, y tu corazón no se hace eco de las palabras del salmista: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley!” (Salmo 119:97). Las Escrituras son «tus mandamientos» (vv. 98, 100), «tus testimonios» (v. 99), «tu palabra» (v. 101, cursivas añadidas).
Una pregunta formulada por Thomas Manton (1620-1677), quien solía ser disertante en la Abadía de Westminster, sigue siendo importante para nosotros hoy: “¿Quién es el autor de las Escrituras? Dios. […] ¿Cuál es el fin de las Escrituras? Dios. ¿Para qué otra cosa se escribieron las Escrituras sino para que disfrutemos eternamente del bendito Dios?”.
Con respecto a ciertas personas, se dice que cuanto más uno las conoce, menos las admira; sin embargo, en el caso del Señor, es a la inversa. Familiarizarse con la Palabra de Dios, o, más bien, con el Dios de la Palabra, genera afecto; y el afecto, a su vez, lleva a querer conocerla más.
Cuando abras tu Biblia, recuerda que Dios (Aquel que te ama más que nadie) tiene un mensaje para ti.
Ora:
Señor, Dame la sabiduría y la constancia para permanecer siempre actuando, bajo el mensaje que me guarda Tu Palabra. Si me alejo de tus caminos, concédeme el discernimiento para volver a Él, sabiendo que sólo junto a Ti puedo caminar con gozo y fuerza. Amén.