Escucha:
Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio. (2 Timoteo 1:7)
El libro de los Jueces habla de un hombre llamado Sansón, que era tan fuerte que podía matar a un león con sus manos (14.5, 6). Tenía una fuerza física como ningún otro ser humano. Pero esto no pudo compensar su debilidad interior.
Todos tenemos puntos débiles. Dios quiere que estos defectos del carácter nos muestren lo absolutamente dependientes que somos de Él. Cuando los manejamos bien, nos llevan a tener una relación más estrecha con el Señor.
El talón de Aquiles de Sansón era su incontrolable sensualidad. Aunque había sido criado en un hogar temeroso de Dios y tenía un claro llamamiento para su vida, cedió a sus deseos y violó deliberadamente la verdad que conocía muy bien. A pesar de que las leyes nazareas prohibían las relaciones con mujeres extranjeras, Sansón se fue tras una ramera de Gaza (16.1). Después, conoció a una mujer llamada Dalila, y aunque la motivación de ésta era claramente desleal, se entregó de corazón, mente y espíritu a la indulgencia sexual. Fue tal su esclavitud al pecado que al final permitió que éste dictara sus acciones, aun a costa de su propia vida.
Antes de morir, Sansón lo perdió todo: sus fuerzas, su vista y su dignidad. El hombre que una vez lideró poderosamente a su país, se convirtió en un esclavo de sus enemigos (vv. 18-25).
¿Cuál es su debilidad? ¿Es la sensualidad, la inseguridad, el temor, la codicia, el chisme, o el orgullo? Cualquiera que sea la propensión al pecado, ésta puede arruinar su vida —como pasó con Sansón— o llevarle a una total dependencia de Dios. El resultado dependerá de usted.
Ora:
Señor, bríndame la fortaleza, disciplina y convicción para vencer las debilidades que pudieran alejarme de Tus grandiosos caminos. Quiero servirte y glorificarte sin caer en distracciones innecesarias.