Escucha:
Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 6:11)
Cuando Eva aceptó la proposición de Satanás de una mayor independencia de Dios, ¿cree usted que ella tuvo más libertad? La respuesta es obvia. Ella, Adán, y toda la humanidad nos convertimos en esclavos del pecado desde ese momento. Lo que pareció excelente en el huerto, terminó siendo una esclavitud fatal.
Aunque Cristo ha liberado a los creyentes de la esclavitud del pecado, muchas veces, al igual que Eva, anhelamos tener la “libertad” de hacer lo que queramos. De manera que, cada vez que cedemos a los deseos pecaminosos, nos comportamos como esclavos en vez de vivir como hijos libres de Dios. El Señor nos ha concedido su Espíritu Santo; si nos rendimos a su dirección, Él nos da el poder para decirle no al pecado.
Las consecuencias de volver a nuestros viejos caminos son devastadoras. Nos hundiremos más en la esclavitud del pecado, perderemos la paz y el gozo de la comunión con Cristo, entristeceremos al Espíritu Santo, y nos encontraremos bajo la mano correctiva de Dios. En realidad, podemos convertirnos en un obstáculo para servir a Dios. Siempre que usted cae en la hipocresía de vivir como lo hace el mundo, arruina su testimonio. Sus amigos, familiares y compañeros de trabajo, le están observando. Si no ven ninguna diferencia entre usted y ellos, ¿por qué desearían tener el Salvador que usted tiene?
Si Satanás le dice que las prohibiciones que Dios le pone le están privando de algo bueno, recuerde lo que le sucedió a Eva. La libertad de hacer lo que queremos es esclavitud al ego y al pecado. Solo cuando vivimos dentro de los límites de Dios, podemos experimentar verdadera libertad.
Ora:
Señor, que pueda encontrar la disciplina para vivir bajo Tus límites, de forma que pueda disfrutar de la vida, en verdadera libertad, como sólo Tu puedes brindarla.