Escucha:
“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:6-7)
Piensa:
Recuerdo cuando era pequeño y esperaba la visita de mis tíos desde el exterior, generalmente una vez al año. Apenas sabía que llegarían a casa, me invadía la impaciencia normal en los niños, por recibirlos y además por descubrir que me habían traído. Recuerdo también que era grande el disgusto y la decepción cuando por alguna razón no habían podido llegar.
Ya de adulto me he dado cuenta de que también podemos encontrarnos, más de lo esperado y una magnitud un tanto diferente, con situaciones que tarden en materializarse y darse de la forma en que pensábamos podían acontecer. Un trabajo que buscamos, un objetivo personal que todavía no tiene un desenlace, las finanzas personales, la recuperación de una relación. En estos y muchos otros casos de la vida, la angustia y la impaciencia pueden apoderarse de nosotros y robarnos esa paz que el Señor quiere para nosotros.
Ante esta situación debemos hacernos de una verdad cada uno de nosotros pone el mayor esfuerzo, pero Dios pone los resultados. Asimilando este pensamiento, dejamos nuestras cargas al Señor sabiendo que hemos puestos nuestras mejores intenciones para alcanzar los objetivos y ante esa realidad estamos aptos para liberarnos de esa carga y dejar que el Señor haga su parte y nos responda con la voluntad de bien, que siempre tiene para nosotros.
Por ello, intenta desde hoy apartarte de esos pensamientos ansiosos. El Dios en quien confiamos hoy es también el mismo en quien confiaremos mañana. Recuerda que hacemos grande nuestra fe al negarnos a estar agobiados sabiendo que hemos descargado este peso en el Señor, y además maduramos en carácter al aceptar con serenidad y sabiduría, la voluntad que el Señor disponga para nosotros en cada una de esas cargas.
Ora:
Señor, Concédeme la determinación para poner el mayor de mis esfuerzos en los objetivos que hoy persigo, sabiendo que sólo Tú determinas sus resultados. Permíteme entregarte cada uno de ellos, siendo consciente de que dispondrás para mí el camino que consideres el correcto, de acuerdo a la voluntad de bien, con la que siempre me cuidas. Amén