Escucha:
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece” (1 Corintios 13:4)
Piensa:
Una estrategia de venta muy utilizada hoy en día, es la de generar envidia en el consumidor en relación a como los demás se ven, o como te faltan cosas que otros pueden tener. Publicistas cada vez más centran sus campañas en esa maliciosa técnica, invitando al usuario final a comprar por querer igualar el status o la apariencia de las personas alrededor.
Usan técnicas más sutiles para generar lo que generaría en un niño, el hecho de ver que su pequeño amigo tiene el juguete más nuevo. El primer niño empezaría a llorar y a solicitarle a sus padres que le compren el mismo juguete para así estar tranquilo.
La envidia es un sentimiento, especialmente negativo, no sólo por el daño que genera sino por la facilidad con la que puede invadir el corazón. Al ocupar algún espacio en él, sólo empezamos a compararnos con otros, a ver si nuestra realidad es mejor o peor y a sentirnos, si no nos satisface la respuesta, inconformes, molestos y hasta vacíos. Además la envidia nos impide amar verdaderamente y nos invita a competir, perseguir solo lo material y en consecuencia llegar a la infelicidad.
El amor es el don espiritual universal que el Señor nos ha regalado. Nos ha dotado con la maravillosa capacidad de amar a otros, profunda, verdadera y honestamente, sin ataduras, sin prejuicios. Si por sentimientos como la envidia, disminuimos nuestra capacidad de amar, significa sin dudas que nos estamos alejando de Dios.
Si en algún momento tu corazón ha sido invadido por algún sentimiento de envidia, recuerda en ese instante, el amor puro que el Señor te ha dado, sin sufrimientos, benigno, expresado en ti como creación única.
Dios tiene un plan para tu vida; diariamente recuerda obrar en ese plan y has cambios positivos te permitan entender y recorrer ese camino. Cuando te determinas a ser la persona que el Señor te ha llamado a ser, encontrarás tu propósito y la envidia ya no tendrá espacio en tu corazón. Abrirás así las puertas a la satisfacción y regocijo en cuerpo y espíritu que sólo el Señor puede darte.
Ora:
Señor, me guías en cada paso y me recuerdas en el camino, las maravillosas bendiciones que has traído a mi vida. Ayúdame a no olvidar, la abundancia de esos dones que de ti he heredado, de manera que la envidia no tenga lugar en mi corazón. Amén.